lunes, 31 de mayo de 2010

ISRAEL O LA SOBERBIA ANCESTRAL

ISRAEL, SIEMPRE ISRAEL

Siempre la impune Israel. La Menorah, el divino arbusto de Moisés, presidiendo todos y cada uno de los actos oficiales de una élite teocrática y militar, poderosa y recalcitrante, con un ejército todopoderoso e independiente, que actúa al margen de las autoridades civiles, siempre detentando el poder estatal, en contra de un sector innumero; ultraconservadora esa élite, configurada por rabinos, milites, y creyentes tocados con kipá, de toda laya, camuflada en democracia, y protegida interesadamente por EE.UU., ante la reiteradamente inoperante y cobarde reacción europea, pone de manifiesto de cuando en vez, sus ansias ya bien antiguas de dominio y expansión geográfica sobre aquellos territorios de Oriente Medio, con el mismo furor que un energúmeno cazador furtivo.
Determinadas tales ansias en una prepotencia desmesurada, por haber depositado un dios al antiguo profeta y líder hebreo, Abraham, la virtud inigualable de ser su pueblo el elegido por él. Y hoy bajo la égida de la política norteamericana creadora, en 1948, de ese estado, durante el mandato del nuevo Moisés: Harry S. Truman, amo indiscutible, tras la segunda guerra mundial, de Naciones Unidas, y por ello responsable último de la creación espuria de tal estado y graves problemas, al menos en cuanto a muchas de sus definiciones y estatutos. Harry Truman fue el primero en reconocer la legitimidad y legalidad del estado de Israel el 14 de mayo de 1948, día en que Ben Gurión proclama el estado de Israel en la gran sala de un museo de Tel Aviv.
Perdidas con el correr del tiempo, más de cuatro milenios, el significado cierto de aquellas circunstancias, en las que aquel dios no era ni más ni menos que un faraón de Egipto, la potencia máxima de la época, quien era llamado El Dios Encarnado y el Sol del Mundo. Fue ese dios del Antiguo Egipto quien comisionó al profeta y a sus descendientes y tribu, después de una entrevista con el faraón reinante, al interesarse el hebreo por el sistema político y sobre todo de pastoreo de Egipto, tras habérsele permitido pastorear sus rebaños en la zona noroccidental del delta del Nilo, al tiempo que le mostraba la técnica de la circuncisión masculina que habría de practicar con su pueblo, y mediante la cual serían esas gentes reconocidas como hermanas de los egipcios, todos ellos circuncidados como señal inequívoca de su etnia y patriotismo, como súbditos del dios de Egipto y Sol del Mundo; el faraón, como líder de los territorios de la zona, con la finalidad de que sometiese y pacificase la región en nombre del Sol de Egipto, El dios Vivo, el Faraón, señor del mundo. Epítetos todos ellos y más, con los que los faraones del Egipto Antiguo se hacía llamar. Abraham resultaba un tonto útil al dios vivo de Egipto. Siglos más tarde, Moisés, un gran señor de Egipto, rebelde al poder del país del Nilo, confirma aquel hecho, durante su éxodo y violenta instalación en aquellas tierras habitadas por sus ancestrales enemigos: los llamados entonces filisteos, actualmente palestinos. Los habiru (hebreos) y los philistin (palestinos) siempre, desde esa remota antigüedad, anduvieron tan a la greña, que tras el éxodo mosaico, unos años más tarde, siendo faraón de Egipto Mineptah, hijo decimotercero de su gran y briosa majestad Ramsés II, quien había batallado en la zona contra los territorios hititas del norte (actual Turquía) y cuyo punto más álgido; la batalla de Qadesh, narrada por su cronista Pentaur, y cuyo poema, entre otros, sirve de modelo para la Ilíada de Homero, decide Mineptah poner orden en la zona, y según narra la llamada estela de Israel, del museo del Cairo: “Israel no existirá jamás, su semilla ha sido destruida. Será ese principado, desde ahora, como una viuda suplicante para Egipto”.
Ciertamente, la estela dice bien a las claras que fueron muertos por los ejércitos egipcios todos los varones; “su semilla ha sido destruida”, dice la estela pétrea, usurpada por demás al monarca anterior Amenhotep III.
Siempre Israel, ¡siempre Israel! Ya está bien. Protegido antes por Egipto, contra quien luego, deslealmente se sublevó, dispersado por Roma, quien ahogó en aquella diáspora su soberbia; y actualmente, protegido bajo el manto imperial de EE.UU., a quien ya le está dando en toda la cara con actuaciones como la de hoy, ametrallando en aguas internacionales, con resultado de muertos y heridos, a la flotilla humanitaria que se dirigía a la humillada Gaza con socorros de toda índole, en este día 31 de mayo de dos mil diez, año cristiano; ellos tienen otro. Volverá, debido a esa soberbia ancestral que les proporciona un malentendido, pretencioso, y obsoleto pueblo elegido, a ser destruido, y de nuevo arrodillado. Él se lo está buscando de nuevo. ¡No aprende! Es sin duda un mal alumno de la historia. Por lo tanto, y para su desgracia, está condenado a repetirla. A la menor muestra de debilidad político militar de EE.UU., ya que nada es perenne, ese estado usurpador de territorios, por no saber ni querer negociar con su contexto político geográfico, se vendrá abajo a causa de su propia soberbia.
Este último acto de Israel, es, en mi opinión, propio del sionismo más extremo, alumno directo y aventajado, de un nazismo profundamente despiadado, racista y cruel.


Eduardo Fernández Rivas
Fiunchedo; 31-05-2010

domingo, 30 de mayo de 2010

BALTASAR GARZÓN Y SU CRUZ

UN PAÍS DE PANDERETA CON UNA JUSTICIA DE PEINETA


Demostrado queda, que el estado español es una de las mayores vergüenzas europeas. Muchas son las cosas que así lo demuestran, pero la última, en mi opinión, es de tales dimensiones que superan toda falta de credibilidad en la gestión del ámbito del ministerio de la justicia oficial. Algo que debe ser una de las más destacadas funciones de cualquier estado democrático serio, y firme, aunque racional, en sus actuaciones, instrucciones y sentencias.

Lo sucedido con el juez Baltasar Garzón, respetado internacionalmente por la ciudadanía más racional y sensata, así como por los representantes más destacados de la función judicial, no tiene explicación. Una pandilla hilvanada con los flecos franquistas más despreciables, quienes tuvieron a España y a sus ciudadanos, arrodillados durante cuatro décadas, y lo que siguió, de la manera más cruel y despiadada, se han atrevido a poner en tela de juicio y sentar en el banquillo, a un hombre de una probidad inmaculada, y de un comportamiento, en su actividad profesional, fuera de toda duda.

Como siempre, España y sus instituciones dejan mucho que desear ante la abochornada y espantada comunidad internacional. Estaría bueno, que un grupo de epígonos nazis o fascistas italianos, llevasen a una persona de tales características hasta el banquillo de los acusados, por defender los derechos de los familiares de aquellas personas que lucharon por las libertades y la legalidad, y que por ello, desgraciadamente, fueron cruelmente torturadas y asesinadas. La ciudadanía de esos paises se levantaría en acciones públicas contra tales atropellos y sus infaustos líderes. Y dejemos a un lado toda la verborrea y retórica de si estaba o no legitimado para emprender tales acciones. Cualquier aplicación de la justicia, resultaría injusta, aunque, si bien aplicando las leyes, ateniéndose a lo estrictamente legal, saliese de ello un mayor perjuicio. Y aún, dentro de una interpretación de la ley, si dejando a un lado ciertos matices confusos, y en apariencia no legítimos, de esa interpretación y sentencia, se obtuviese mayor beneficio para todos, ello sería lo adecuado y correcto, y así no violentaría al recto juicio. No olvidemos que muy por encima de todo tipo de leyes y decretos, muchas veces confeccionados de manera corporativista y multiformemente interesada, está su majestad: el sentido común.

Eduardo Fernández Rivas
Fiunchedo: 30-05-2010